LO IMPORTANTE NO ES EL DEBATE…
Armando S. Andruet (h)[1]
En
los días que corren, luego de la elección del 25-N, se ha vuelto a poner en
agenda la posibilidad de que los candidatos a la presidencia de la República , establezcan
un debate público y en el cual, darán razones de las cuestiones que operativa y
políticamente tienen como un desiderátum poner en ejecución.
De
tal acto, el debate, en realidad que ninguna cuestión negativa se puede indicar.
Resulta dicho acontecer, una forma natural de profundizar las dinámicas de la
democracia deliberativa como es, poder mostrar a la ciudadanía los aspirantes a
la máxima magistratura, que son hombres de diálogo y que por dicha razón, están
dispuestos a presentar y dejarse empapar por su contra-argumentante, de los otros
proyectos, políticas públicas y ejecuciones que tienen en cartera con
posibilidades para realizar tales programas ejecutivos. Al fin de cuentas,
darán en tal ocasión los contendientes, la proyectiva de una futura
administración acorde todo ello, a un modelo ideológico que no puede estar
ausente en dichos niveles de conducción.
Nuestra
perspectiva quiere apelar ahora, a una reflexión que trascienda la mera
circunstancia exitosa que exista el debate; y se instala en que es tiempo el
presente, en que la ciudadanía sea quien deba dar muestras de algún crecimiento
cívico-electoral, y por ello, no quede encandilada con el mero ‘espectáculo político’
que la acción de un debate puede tener y donde, lo que se registra como
ponderativo, son los aspectos que se asocian a cuál de los participantes tuvo
mayor arte o pánico escénico, o quien hizo mejor utilización del tiempo
estipulado, o quien se lleva el tributo de la mayor sagacidad para la impronta humorística
o por el uso indebido de los infaltables argumentos ad hominen.
Todo
ello, es la espectacularidad de una puesta en escena que los políticos
naturalmente tienen que hacer, porque el objetivo al final de cuentas, es
conquistar adhesiones: sea por la vía de la convicción o de la persuasión a su
proyecto político.
Frente
a ello, el defecto o la ingenuidad de la ciudadanía, es creer que el valor de
un debate está afirmado en dichas coordenadas.
Por
el contrario, el crédito de un debate de esta naturaleza –según creemos-, se
debe instalar en la profunda responsabilidad que exista en quien debate, como
es poder ser dicho argumentante luego, consecuente con lo que fuera dicho con
lo que resulte hecho. Dejando a salvo, que antes de ese momento, debería
existir igual correspondencia entre el pensar con el decir, para que luego éste,
se continúe con el hacer. Ése y no otro, es el núcleo valorativo del debate.
De
no colocarse por la ciudadanía –y así hacerlo saber- de la existencia de una
tal cláusula tácita de ‘responsabilidad moral’ entre quienes debaten, y que en
la ocasión de la contienda verbal la están asumiendo en modo público todo lo
otro es fútil y efímero. Es tiempo de recobrar el ‘valor de la palabra dicha’,
y que ella en boca de los presidenciables, generan un compromiso ético en lo
realizativo del futuro gobierno.
Sin
ello debidamente entendido, más que un debate entre potenciales Presidentes de la República , el episodio
será una buena puesta en escena de una presentación que podrá ser dramática,
trágica o de comedia; pero no un debate político entre tales máximos líderes,
que al final, sólo se precian de ser republicanos, pero no son auténticamente
ello.
Lo
importante de un debate, es que quienes participan del juego dialéctico de los
argumentos y razones, sepan que además de lo escénico y que en modo alguno debe
ser tampoco devaluado; los participantes asumen la no menor responsabilidad de
ser ‘profundamente honestos’, y que se comportan como hombres o mujeres que no ejercitan
la ‘mentira’ como una práctica manipulativa corriente del electorado. La ética
de la práctica política, es también tiempo que integre la agenda innegociable
de los políticos y que también los ciudadanos, se encarguen de recordárselo a
ellos, cuantas veces corresponda.
Los
griegos, que dieron por algunos siglos un excelente modelo de democracia,
requerían a quienes las cumplían, que sus prácticas discursivas se hicieran con
una natural correspondencia desde la responsabilidad de la parresía; esto es, ejercitando
el argumentante el signo de gozar de la autoridad de tener la palabra honesta y
por ello, poder decirla con la suficiente honorabilidad y no como una acción
estafatoria moral a los ciudadanos.
Cuando
al debate le continúa la consecuencia de que, el espectáculo político
discursivo es seguido con la realización razonable de aquello que fuera expuesto;
se comenzarán a encontrar razones profundas y totalmente valederas para
insistir, que los debates son entonces, en los tiempos en que vivimos de
sociedades globales y mediatizadas, como una suerte de declaración pública y a
la vez, de un compromiso personal de ser sus interlocutores, personas veraces y
no mendaces acerca de lo que debaten y de poder dar testimonio, que lo dicho en
el debate se continuará en la realización de la acción.
Nuestro
tiempo democrático, requiere de saltos cualitativos notables y ello no puede esperar
mucho más, es muy importante para los debates y para la práctica política en
general, que los hombres que tienen responsabilidades públicas sepan claramente,
que en política –como en general en todos los escenarios- la mentira es una
actitud de canallas y que es bajo la regla del juego limpio y de la veracidad con
la cual hay que participar en dicha contienda de pensamiento y discursividad
argumentativa.
Por
ello, si acaso el participante de la confrontación dialéctica, no esta
dispuesto a ser hombre de decir verdad y hacer todo lo posible para llevar
adelante dichas definiciones si le tocara gobernar, pues no tiene sentido
ningún debate; porque lo importante de un debate –para que no sea sólo
escenográfico- es tener claro, que la primera regla es ‘no mentir’, porque sólo
luego de ello: siendo veraz y honesto,
es que podrá entonar de la manera que prefiera y con las articulaciones que más
desee, aquello que sea el eje discursivo y escenográfico del debate.
Lo
importante del debate no es la puesta en escena, sino la responsabilidad que
habrá de cargar quien haya dicho algo, por la verdad de ello.
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