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domingo, 15 de noviembre de 2015

ACERCA DEL DEBATE PRESIDENCIAL EN ARGENTINA SCIOLI/MACRI

LO IMPORTANTE NO ES EL DEBATE…

Armando S. Andruet (h)[1]

En los días que corren, luego de la elección del 25-N, se ha vuelto a poner en agenda la posibilidad de que los candidatos a la presidencia de la República, establezcan un debate público y en el cual, darán razones de las cuestiones que operativa y políticamente tienen como un desiderátum poner en ejecución.

De tal acto, el debate, en realidad que ninguna cuestión negativa se puede indicar. Resulta dicho acontecer, una forma natural de profundizar las dinámicas de la democracia deliberativa como es, poder mostrar a la ciudadanía los aspirantes a la máxima magistratura, que son hombres de diálogo y que por dicha razón, están dispuestos a presentar y dejarse empapar por su contra-argumentante, de los otros proyectos, políticas públicas y ejecuciones que tienen en cartera con posibilidades para realizar tales programas ejecutivos. Al fin de cuentas, darán en tal ocasión los contendientes, la proyectiva de una futura administración acorde todo ello, a un modelo ideológico que no puede estar ausente en dichos niveles de conducción.

Nuestra perspectiva quiere apelar ahora, a una reflexión que trascienda la mera circunstancia exitosa que exista el debate; y se instala en que es tiempo el presente, en que la ciudadanía sea quien deba dar muestras de algún crecimiento cívico-electoral, y por ello, no quede encandilada con el mero ‘espectáculo político’ que la acción de un debate puede tener y donde, lo que se registra como ponderativo, son los aspectos que se asocian a cuál de los participantes tuvo mayor arte o pánico escénico, o quien hizo mejor utilización del tiempo estipulado, o quien se lleva el tributo de la mayor sagacidad para la impronta humorística o por el uso indebido de los infaltables argumentos ad hominen.

Todo ello, es la espectacularidad de una puesta en escena que los políticos naturalmente tienen que hacer, porque el objetivo al final de cuentas, es conquistar adhesiones: sea por la vía de la convicción o de la persuasión a su proyecto político.

Frente a ello, el defecto o la ingenuidad de la ciudadanía, es creer que el valor de un debate está afirmado en dichas coordenadas.

Por el contrario, el crédito de un debate de esta naturaleza –según creemos-, se debe instalar en la profunda responsabilidad que exista en quien debate, como es poder ser dicho argumentante luego, consecuente con lo que fuera dicho con lo que resulte hecho. Dejando a salvo, que antes de ese momento, debería existir igual correspondencia entre el pensar con el decir, para que luego éste, se continúe con el hacer. Ése y no otro, es el núcleo valorativo del debate.

De no colocarse por la ciudadanía –y así hacerlo saber- de la existencia de una tal cláusula tácita de ‘responsabilidad moral’ entre quienes debaten, y que en la ocasión de la contienda verbal la están asumiendo en modo público todo lo otro es fútil y efímero. Es tiempo de recobrar el ‘valor de la palabra dicha’, y que ella en boca de los presidenciables, generan un compromiso ético en lo realizativo del futuro gobierno.

Sin ello debidamente entendido, más que un debate entre potenciales Presidentes de la República, el episodio será una buena puesta en escena de una presentación que podrá ser dramática, trágica o de comedia; pero no un debate político entre tales máximos líderes, que al final, sólo se precian de ser republicanos, pero no son auténticamente ello.

Lo importante de un debate, es que quienes participan del juego dialéctico de los argumentos y razones, sepan que además de lo escénico y que en modo alguno debe ser tampoco devaluado; los participantes asumen la no menor responsabilidad de ser ‘profundamente honestos’, y que se comportan como hombres o mujeres que no ejercitan la ‘mentira’ como una práctica manipulativa corriente del electorado. La ética de la práctica política, es también tiempo que integre la agenda innegociable de los políticos y que también los ciudadanos, se encarguen de recordárselo a ellos, cuantas veces corresponda.

Los griegos, que dieron por algunos siglos un excelente modelo de democracia, requerían a quienes las cumplían, que sus prácticas discursivas se hicieran con una natural correspondencia desde la responsabilidad de la parresía; esto es, ejercitando el argumentante el signo de gozar de la autoridad de tener la palabra honesta y por ello, poder decirla con la suficiente honorabilidad y no como una acción estafatoria moral a los ciudadanos.

Cuando al debate le continúa la consecuencia de que, el espectáculo político discursivo es seguido con la realización razonable de aquello que fuera expuesto; se comenzarán a encontrar razones profundas y totalmente valederas para insistir, que los debates son entonces, en los tiempos en que vivimos de sociedades globales y mediatizadas, como una suerte de declaración pública y a la vez, de un compromiso personal de ser sus interlocutores, personas veraces y no mendaces acerca de lo que debaten y de poder dar testimonio, que lo dicho en el debate se continuará en la realización de la acción.

Nuestro tiempo democrático, requiere de saltos cualitativos notables y ello no puede esperar mucho más, es muy importante para los debates y para la práctica política en general, que los hombres que tienen responsabilidades públicas sepan claramente, que en política –como en general en todos los escenarios- la mentira es una actitud de canallas y que es bajo la regla del juego limpio y de la veracidad con la cual hay que participar en dicha contienda de pensamiento y discursividad argumentativa.

Por ello, si acaso el participante de la confrontación dialéctica, no esta dispuesto a ser hombre de decir verdad y hacer todo lo posible para llevar adelante dichas definiciones si le tocara gobernar, pues no tiene sentido ningún debate; porque lo importante de un debate –para que no sea sólo escenográfico- es tener claro, que la primera regla es ‘no mentir’, porque sólo  luego de ello: siendo veraz y honesto, es que podrá entonar de la manera que prefiera y con las articulaciones que más desee, aquello que sea el eje discursivo y escenográfico del debate.

Lo importante del debate no es la puesta en escena, sino la responsabilidad que habrá de cargar quien haya dicho algo, por la verdad de ello.



[1] Académico de Número. armandoandruet@gmail.com

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