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Las “no cosas” que son los poshumanos (IV)
Por Armando S. Andruet (h) twitter: @armandosandruet
Ya
hemos podido señalar que los poshumanos, en rigor de verdad, nunca han
tenido un componente de naturaleza orgánico-humano -tal como sí lo poseen los
transhumanos-, puesto que ellos provienen, sin más, del mundo de las cosas.
Sin embargo, es probable que estos objetos técnicos puedan
ser llamados a ocupar un lugar y una realización muy particular para los mismos
humanos y, con ello, posibilitar una civilización poshumana. Si ello no fuere
un futuro posible, bastaría con nombrarlos como «no-cosas de propósitos
generales», tal como lo hacemos con una infinita cantidad de artefactos que nos
rodean.
Nos
hemos ocupado también con detalle en una entrega anterior de la
relación que todos nosotros tenemos con el artefacto poshumano precursor de
muchos que habrán de venir, como es el smartphone o teléfono inteligente, que
nos permite inferir que nuestra sociabilidad con dichas «no-cosas» o directamente
-aunque pueda parecer una hipérbole- «entidades poshumanas» no se presenta como
forzada sino, por el contrario, en muchos resulta deseada, y para otro
colectivo social está ella operada volitivamente por una pulsión irrefrenable
de ser satisfecha.
Es al fin el smartphone un entrenamiento en baja escala
frente a lo que el futuro seguramente nos habrá de deparar, ya sea por la
domótica, la ciudad inteligente y la completa Internet de las Cosas.
Por el contrario, el resultado del transhumanismo supone
algún grado de mutación o superación de la misma naturaleza humana por otra,
que paulatinamente se ha ido mixturando con ciertos componentes no humanos, y
por ello artificiales y sintéticos, en virtud de los desarrollos cada vez más
ciertos de las técnicas de convergencia para el mejoramiento humano.
Primariamente atendiendo ello mediante las disciplinas que conforman el
acróstico NBIC -nanotecnologías, biotecnología, tecnologías de la información y
ciencias cognitivas-.
El mundo del poshumanismo, esto es de cosas dotadas de
inteligencia artificial actualmente en su versión no completa y en desarrollo
denominada IAEstrecha, dejará lugar más adelante a la IAGeneral y, por lo
tanto, la que tendrá alcance a los gobiernos de la mayoría de las cosas y de las
circunstancias que acompañan al hombre en su devenir mundano y civilizatorio.
Quizás una reflexión somera sobre la cantidad de cuestiones
que están gobernadas por la inteligencia artificial (IA) nos haría recalar con
mayor cuidado en el mundo que habitamos y hacia dónde nos dirigimos en él. Mas
como nos hemos consustanciado de tal modo con dicha circunstancia, no
terminamos de reparar acerca de su existencia alrededor de todo casi cuanto
está a nuestra mano, que imprime a lo que hacemos velocidad, eficacia y
eficiencia. Permite la IA que las realizaciones quizás más complejas del orden
de la vida corriente, después de ser matematizadas por su intermediación,
produzcan los efectos deseados con las cualidades que apuntamos más arriba.
En una ilustración ni siquiera básica frente a todo lo que
hoy está controlado por la IA, nos detengamos un instante a reflexionar sobre
la logística y organización de un aeropuerto internacional. Por ejemplo, el de
la ciudad de Atlanta (EEUU), que con sus cinco pistas de aterrizaje paralelas,
sus dos terminales -internacional y doméstica- y sus 195 puertas puede albergar
una gran cantidad de aviones y gestionar muchísimas operaciones aéreas diarias.
En el año 2019 alcanzó su récord histórico de la mayor cantidad de pasajeros trasladados
en el mundo: superó 110 millones de personas, con una media diaria promedio de
301.000 y cientos de vuelos cada día. Cada uno de ellos con su respectivo
circuito de horarios, de plataformas de arribos y puertas de embarque y
desembarque, distribución de equipajes en lugares de contención hasta su
ubicación en las aeronaves o a disposición de los pasajeros.
O los controles diarios de stock de centros comerciales de
grandes superficies con venta de miles de productos por horas. O, desde otra
perspectiva, los sistemas de reconocimiento y rastreo de personas en grandes
urbes, con cientos de cámaras que hacen registro facial de ciudadanos para, con
ello, enrolarlos en alguna categoría específica. Todo ello sería poco posible
de alcanzar con igual resultado sin la IA de por medio.
En rigor de verdad, ninguna de esas cuestiones podría ser
ejecutadas en la mayoría de los casos con éxito si no estuvieran realizadas por
máquinas provistas de algoritmos que han enseñado a una IA los procedimientos
que hay que seguir, para cada una de las secuencias que se pueden producir en
cualquiera de los procesos que se tienen que cumplir.
Al ser ello así, parece un exceso creer que esas máquinas
-propiamente decimos hoy computadoras- sean cosas corrientes. Son al fin cosas
que se muestran como «no-cosas», atento a la IA de la cual están dotadas y, con
ello, han logrado una funcionalidad que trasciende la corriente “cosidad” de
las cosas. Para decirlo en modo redundante, son cosas que han sido dotadas de
una IA que es muy superior a la humana y por ello se las puede nombrar bajo la
categoría de «no-cosas».
Obviamente, el poshumanismo no agota su proyecto de las
«no-cosas» en la sola aritmética de aumentar su número para mayor eficiencia y
eficacia, sino que aspira desarrollar y mutar de la IAEstrecha a otra
IAGeneral. A su vez, la última podrá alcanzar un momento en el cual la misma
«no-cosa» habrá acumulado y asimilado suficiente experiencia y, por lo tanto,
se habrá vuelto autodidacta de nuevas resoluciones para los problemas que se le
presenten o simplemente podrán enfrentar ex novo diversas situaciones no
previstas.
Esas «no-cosas» de una generación más avanzada habrán
aprendido de los propios resultados que alcanzan y, en función de ello,
reconocer y ejecutar nuevos modos y atajos para llegar al resultado deseado.
Con ello de por medio, la misma IAGeneral estará llegando a
su momento de máximo esplendor, como es el denominado de la «singularidad
tecnológica», que para Ray Kurzweil habrá de suceder a finales de la primera
media centuria de nuestro siglo.
Cabe también destacar que ese proceso de aprendizaje y
evolución que las «no-cosas» habrán de tener en su funcionamiento se torna
evidente cuando existe realmente IAGeneral.
Toda vez que en otros escenarios objetuales el nombrado
devenir de las cosas está preconfigurado por quien ha intervenido en su
realización inventiva y creativa como tal, que Gilbert Simondon nombraba como
la «gestión anticipativa», que no es otra cosa que la demostración del
dinamismo mental del creador de ese objeto. Algo que resulta completamente
desarticulado como posibilidad cuando existe un desarrollo autónomo de las
«no-cosas» fruto de su IA y que la gestión anticipativa de su creador no
alcanza a proyectar.
También hay que señalar que esa inteligencia no natural que
tiene ensamblada la «no-cosa» le retira a ella el objetivo de cumplir con una
mera función utilitaria, para colocarla en una esfera diferente; como es la de
producir y generar cambios en sus usuarios.
Por defecto, la relación corriente que nosotros tenemos con
los objetos es la de permitirnos por su intermediación entrar en algún grado de
vinculación para obtener algún resultado provechoso o querido. La máquina como
cosa nos sirve para algo.
Ello queda desnaturalizado cuando el objeto que está al
frente es una «no-cosa» animada mediante IA, toda vez que las impresiones que
ellas dejan en nosotros produce otro tipo de individuación que no es la de ser
interfaz con otro hombre sino la de «des-cosificación» porque dicha relación se
establece con un objeto que es una «no-cosa».
Cuando ello ocurra en plenitud y las máquinas hayan
aprendido todo (y no requieran de ningún entrenamiento algorítmico humano), sin
duda que el gobierno completo estará en ellas; y el tiempo indicará dejar atrás
la civilización humana por una propiamente poshumana, que muy probablemente
pueda socializar mejor con una especie humana evolucionada que vendrá de la
mano de la vertiente transhumana.
Ella ya habrá pasado los registros del cyborg como
producto de la mixturación entre lo orgánico y lo sintético, y será una
especie, no de «homo sapiens sapiens» -como la actual- sino otra que quizás
pueda denominarse «homo artificialis sapiens«.
En cualquiera de los dos casos, nuestra civilización actual
habrá quedado atrás. De la misma forma que millones de años atrás fuimos
nosotros quienes superamos la especie de los neanderthalensis.
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